El reverendo Parris

El reverendo Parris

Es una víbora tan grande que debería vivir en Slytherin.

Parris es un personaje despreciable. Si Abigail es una villana magnética como Saruman, Parris vendría a ser Gríma. No hay nada que nos guste de este tipo.

Miller explica en sus notas que no encontró nada redimible en el Parris histórico. Como consecuencia, no sintió la necesidad de mejorar su versión ficticia. En primer lugar, Parris es codicioso: Juan Proctor le acusa de esto varias veces en la obra. El Reverendo le responde con justificaciones muy poco contundentes, pero nunca niega las acusaciones. Algunos de los ejemplos de codicia de Parris incluyen: sus protestas con respecto a la leña, insistir en que la iglesia debería obtener velas doradas gratuitas y exigir (en contra de la consagrada tradición) que le den la escritura de la casa en la que vive.

Las reiteradas demostraciones de egoísmo de Parris no lo ayudan. En la primera escena, lo vemos observando a su hija enferma en la cama. Quizá al principio el público se sienta mal por él, pero enseguida nos damos cuenta de que a Parris solo le importa su reputación. Teme que la gente piense que se andan haciendo brujerías en su casa porque no quiere perder su puesto como pastor de Salem:

PARRIS (la observa: luego asiente con la cabeza, convencido a medias): Abigail, he luchado aquí durante tres largos años para que esta gente dura de cabeza se entregue a mí y ahora, justo ahora que la parroquia comienza a dar señales de algún respeto hacia mi persona, tú comprometes nada menos que mi reputación. Te he dado un hogar, criatura, te he dado de vestir y comer...; dame ahora una respuesta honrada. En el pueblo..., ¿tu nombre es completamente inmaculado? (I.63)

En el tercer acto, demuestra su cobarde egoísmo una vez más cuando comete perjurio (miente intencionalmente en el tribunal). Le dice al tribunal que no había visto a nadie bailando desnudo en el bosque, pero sabemos que sí vio a las muchachas porque se lo dice a Abigail.

La falta de cualidades redimibles de Parris resulta aún más evidente en el cuarto acto. Al principio, parece que podría llegar a entrar en razón, porque le pide a Danforth que posponga las ejecuciones. Abigail se fue sin dejar rastros, lo que deja en claro que había mentido todo el tiempo. Pero al parecer, Parris no le está rogando porque se arrepiente: solo le interesa su propia vida. Encontró una daga en la puerta de su casa y teme que si ciudadanos respetables como Juan Proctor y Rebecca Nurse son ejecutados, la ciudad se subleve.

Lo que lo hace más despreciable todavía es verlo llorar, no por todas las personas que ayudó a asesinar sin sentido alguno sino porque Abigail se robó todo su dinero y ahora está en bancarrota. Sí, al final de la obra, el Reverendo Parris queda expuesto por completo como el parásito llorón que es.