Jonás

Niño diez

Jonás, nuestro héroe y personaje principal, es un niño de doce años verdaderamente admirable para su edad. Es pensativo, cuidadoso, meditabundo, maduro, compasivo y sereno. Es capaz de cuidar a un bebé, es desinteresado, no parece tener reparos a la hora de bañar a gente muy mayor, trata al Dador con respeto y soporta el dolor sin quejarse.

Todo un ejemplo a seguir, ¿no te parece?

Pero así y todo, no deja de tener doce años, y todos sabemos lo que eso significa. Quiere jugar con sus amigos y le desespera (al menos al principio) no tener tiempo para ello a causa de su trabajo. Anda loco por Fiona, algo común a su edad; a veces no aguanta a su hermanita y sus amigos sienten envidia de él cuando lo seleccionan como Receptor. En fin, parece todo muy normal.

Jonasagaz

Aquí va otro ejemplo de ese ambiente de normalidad mezclado con extrañeza que percibimos en El dador en todo momento. Reconocemos lo que está pasando, nos resulta familiar, pero está impregnado de una dosis de excentricidad futurista que nos hace sentir incomodísimos. Por ejemplo, Jonás es más sabio que la mayoría de los adultos que lo rodean. Sabe más cosas que ellos. De hecho, sabe más de lo que ellos sabrán nunca:

Entonces se le ocurrió a Jonás una idea que no se le había ocurrido nunca. Esta nueva idea era alarmante. ¿Y si los demás, los adultos, al llegar a la edad de doce años, hubieran recibido en sus instrucciones la misma frase aterradora?

¿Y si a todos se les hubiera dicho: "Puedes mentir"?

La cabeza le dio vueltas. Ahora, autorizado a hacer preguntas, aunque fueran ofensivas, y con la seguridad de recibir respuestas, él podría, teóricamente aunque era casi inimaginable, preguntarle a alguien, a algún adulto, a su padre quizá: "¿Tú mientes?" (9.45–47)

Esta descripción es, en parte, lo que lo hace tan único: es literalmente un niño de doce años con el conocimiento y la sabiduría de un anciano. Bueno, más bien, el conocimiento y la sabiduría acumulados por la mayor parte de la humanidad durante generaciones y generaciones. Esa sí que es una cruz difícil de llevar.

Por lo que no resulta sorprendente que Jonás se moleste un poco al final de la novela, sobre todo cuando se da cuenta de que su padre le ha estado mintiendo desde el momento en que empezó a hablar. Su colérica reacción es totalmente justificada, y su decisión de huir con Gabriel es, cuando menos, heroica. La mayor prueba de Jonás, como persona y como héroe, llega al final de la novela.

Es fácil decir: "¡Estoy a favor de la libertad! ¡Estoy a favor de la individualidad!", pero es muy distinto demostrar esas creencias con nuestras acciones. Jonás tiene que asumir el hecho de que la libertad es peligrosa:

—¡Ah! —Jonás se quedó callado unos instantes—. "Ya, ya veo lo que quiere decir. Para un juguete de un recién nacido no importaría. Pero después sí importa, ¿no es eso? No nos atrevemos a dejar que la gente escoja."

—¿No sería prudente? —sugirió el Dador.

—"Desde luego, no sería nada prudente" —dijo Jonás con convicción—. ¿Y si se les dejara escoger a su cónyuge y escogieran mal? (13.15–17)

Pero también se da cuenta de que el valor de la libertad supera con creces los peligros a los que nos expone. Sí, puede que haya tomado la decisión equivocada, pero de todas formas sube por esa colina nevada con total resolución. Es un momento al más puro estilo Rocky, comparable a acabar con Voldemort. Es su versión del saludo de Los juegos del hambre. Lo que queremos decir es que Jonás adquiere el indudable carácter de héroe en el libro, y al mismo tiempo su vulnerabilidad basta para hacerlo humano. Y es éste el motivo por el que hinchamos por él, desde el principio hasta el final.